SILLAS CHOCONTANAS HÉCTOR BRUNO FERNÁNDEZ GÓMEZ·LUNES, 13 DE AGOSTO DE 2018
Triste final de las sillas chocontanas
Por : Héctor Bruno Fernández Gómez
Mi querido pueblo de Chocontá, en Cundinamarca, desde la época colonial contaba con un variado número de talabarteros quienes llegaron a elaborar los mejores aperos para montar caballos logrando traspasar las fronteras patrias para imponerse en los mercados de nuestros países vecinos, principalmente Venezuela y hasta en el estado de Texas en Norteamérica, donde merecieron variadas distinciones por su calidad y diseño. Las pieles que utilizaban eran escogidas minuciosamente en las curtiembres de la vereda Pedro Bravo, en Villapinzón, bautizada así en homenaje al Comendero real don Pedro Bravo de Rivera, y de la vereda Chingacío de nuestra jurisdicción territorial, prácticamente desde la época colonial pues la actividad fue traída por los españoles. No era fácil elaborar monturas para caballos, pues solamente teniendo un pedazo de piel lisa y burda debían transformarlo totalmente para hacer una pieza con sentido útil y bello. Todo el proceso comenzaba con un armazón de madera que se forraba con cuero de oveja -badana- muy templado sujetado con estoperoles sobre el cual finalmente se colocaba la piel que culminaba la pieza, ya tersa o con repujados de singular belleza y elaboración. Si bien la historia no lo cuenta, es muy posible que el propio Libertador don Simón Bolívar haya sido uno de sus clientes favoritos en sus distintas pasadas por la ciudad, máxime teniendo en cuenta su amistad personal con su cura confesor y compañero de lucha nuestro coterráneo don Ignacio Mariño y Torres, hoy héroe insigne de la Patria, quien era vecino del lugar. En efecto, aquellos artesanos consagrados de quienes apenas recordamos, entre muchos otros a don Apolinar Rojas, Luis Manuel Rodríguez, Santiago y José Díaz, Juan Díaz, Pacífico Rojas, Heliodoro Castro, Ernestina de Alfonso y Luis Ascencio, tuvieron a su cargo la fabricación de sillas para montar bestias caballares y
asnales, tanto para hombres como para damas, puesto que unas de otras se diferenciaban sustancialmente ya que estas últimas eran usadas por las féminas con las dos piernas apoyadas en un solo costado del animal, sin “acaballarse” jamás porque era mal visto por una sociedad un tanto pacata. En sus talleres los operarios fabricaban además galápagos, zamarros, bozales, jáquimas, baticolas, correas, cinchas, cabezadas de freno, bocados, riendas y otros tantos aparejos y albardas propios de la vaquería y caballería, así como elementos de uso cotidiano en los hogares. Tuve la fortuna de conocer en casa de mi paisano Guillermo Rodríguez Aldana, gran aficionado a la tauromaquia y a los caballos andaluces, una variada colección de monturas -sillas y galápagos- de exquisita confección local algunas con incrustaciones de oro y plata que hacían juego con los estribos. Pero el prestigio surgió no tanto por aquellos adornos, sino además porque eran funcionales, prácticas , cómodas y de gran duración, a tal punto que en el llano venezolano las adoptaron como suyas incorporando a su vocabulario la palabra “chocontanas” como relativo a sillas de montar. Ramón Villegas Izquiel, canta-autor veneco, en uno de sus poemas costumbristas habla de: “El tabaco y la calle Los Placeres. Un par de cubanas y un par de alpargatas nuevas Atarraya, anzuelos, canalete. Un cielo azul –ralito- en paso apresurado hacia adentro del monte, en los calderos del ocaso. Una raya del horizonte, la palma, un peloeguama negrito…Una silla chocontana.. Un caballo castaño… Otros cantantes y compositores venezolanos han recordado en sus partituras las célebres sillas chocontanas, como por ejemplo don Tirso Delgado en Las Bellezas de mi llano y en nuestro tiempo el imponderable Reynaldo Armas en su canción Tres contra el mundo, donde entona estos apartes : Ay ay ay ay Ya se aproxima el domingo caballo rucio después que hayas descansao te voy a bañar al rio y vamos p´al otro lao…..ay ay ay ay El domingo en la mañana caballo rucio cuando te haya bañado te pondré la chocontana y el freno nuevo importao. ..Tres contra el mundo mi rucio mi zambo y yo somos felices en un rincón apartao a mí también llegará el día menos pensao una mujer querendona pa vivir despreocupao. El insigne pedagogo tachirense doctor José Pascual Mora García
en su libro La Dama, El Cura y El Maestro en el siglo XIX también las menciona al recordar los Apuntes Gritenses de Domingo Enrique Lupi Orozco cuando dice: “ …carne paipana, dulces, ropa de pacotilla, refrescos, cola helada, algodón de azúcar, confites, sillas chocontanas, gualdrapas, peyones, enjalmas, jaleas, etc..” Por su parte la literatura colombiana también ha incluido las sillas chocontanas en variadas obras, pues don Jorge Isaacs en su inolvidable María , escribe en uno de sus párrafos que … “Como el potrón se hizo una bola y escondió la cola entre las piernas, el jinete le gritó: “Ya venís con tus fullerías” descargándole enseguida dos sonoros latigazos con el manatí palmirano que empuñaba. Con lo cual, después de dos o tres corcovos que no lograron ni mover siquiera al caballero en su silla chocontana, montó y nos pusimos en marcha.” Asi mismo en la página 62 se lee : “…a la jovial impertinencia de los talabarteros y buhoneros, que corrían a sitiarlo apenas lo divisaban, para ofrecerle sillas chocontanas, arretrancas, zamarros…” Y el exgobernador de Cundinamarca Dr.Francisco Plata Bermúdez, bajo el pseudónimo de J.Tito Alba en su libro Vida, confesión y muerte de Efrain González, expresa: …”aguas limpias las hojas ensangrentadas de sus machetes y montando de nuevo en sus sillas chocontanas volvieron hacia sus riscos en espera del mañana..”
También el poeta y escritor chiquinquireño don José Joaquín Casas las alaba en su poema El Recibo que por precioso y costumbrista lo transcribo textual
EL RECIBO Invadieron las anchas pesebreras rucios, moros y bayos humeantes, todos con sillas chocontanas de antes, frenos de Suesca y largas retranqueras. Los mozos rellenaron las cuberas de rastrojos y vástagos fragantes;
y corrieron por guaduas gorgorantes al dornajo de roble las chorreras. En la quietud del estival bochorno iba lenta subiendo la humareda que, de amasijo, respiraba el horno;
y entre hollín y ceniza y polvareda marchando, hacían del corral en torno orondos pavos la pomposa rueda.
Lastimosamente con la muerte de don Luis Ascencio, murió también la silla chocontana. Fue el último abnegado guarnicionero que parió nuestro pueblo y desde entonces nadie se ha interesado en ese oficio, a pesar de que los aperos elaborados en piel son de enorme aceptación y valor en el exterior como lo pude comprobar en la República Dominicana cuando visité el almacén del Haras Santanita donde su gentil propietario no se cansaba de alabarlos pero lamentaba que en Colombia no existiera un fabricante en serie que pudiera exportarlos previa elaboración de catálogos. Hoy todo –me decía- está hecho en plástico y fibras sintéticas, pero nada tan bello como unas riendas trenzadas por las manos de un artesano talabartero. Y tenía razón mi amigo Santanita. Ignoro si el Sena u otra institución oficial adiestra en el arte de la talabartería o guarnicionería pero resultaría de gran importancia hacerlo porque con ello se podría solucionar el destino laboral de tantos jóvenes que pululan desorientados en los pueblos. No solamente los avíos caballares producen dinero, pues la marroquinería también cubre la confección de carteras, guantes, maletas, botas, escudos e infinidad de productos de buena aceptación y coste. Siempre que regreso a mi pueblo busco afanosamente algún letrero de talabartería pero también siempre se me queda debiendo. Ojalá esta sencilla crónica motive algún paisano asumir esa ocupación. Mientras tanto seguiré conservando un hermoso cinturón ancho de piel de becerro que me hizo el viejo Luis Ascencio, días antes que él ensillara con una chocontana el corcel que lo llevaría galopando a la eternidad…